martes, 14 de enero de 2014

Tesoros en los bolsillos

He de reconocer que desde que tengo hijos el hecho de poner la lavadora se ha convertido en una tarea en la que poner especial cuidado. Ya no vale meter la ropa en la máquina y punto. Ahora hay que revisar bien la manchas, darles con el producto de marras para que salgan -y no siempre-; desenfundar calzoncillos de pantalones, que parecen abrazados en una muestra de amor eterno; buscar calcetines que nunca encontrarán pareja y, sobre todo, mirar bien en los bolsillos.

Sí, llevo descubriendo desde hace tiempo que los bolsillos se han convertido en el cofre de los tesoros de mis niños y reconozco que me causa una ternura enorme encontrar ciertas cosas. El curso pasado, por ejemplo, era muy bonito encontrar trocitos de papel con dibujos de mil colores. Algunos personalizados para él; otros seguro que encontrados en el suelo... Ya sabéis, esas notas con letra de estar aprendiendo a escribir, llenas de faltas, pero que demuestran el apego y afecto que se tienen los niños ya desde edades muy tempranas. Algunas todavía las guardo.

Sin embargo, esto no es lo que me suelo encontrar. La mayoría de las veces los bolsillos venían plagados de tierra, de esa que es imposible de quitar del todo, que como se te olvidase revisar un día terminaba convirtiéndose en barro después del lavado de rigor. Si algo bueno ha tenido nuestro traslado es que aquí los patios de los coles no tienen tierra (vivimos en un país dónde la humedad nunca baja del 60%) y prefieren cubrirlos con cortezas... mucho más limpias, dónde va a parar. Además de la tierra, yo solía encontrarme pajitas de batidos, unas dentro de otras, que eran espadas según mi hijo mayor y a mi me parecían más "armas carcelarias" de esas que salen en las pelis.

Ahora, hemos cambiado la tierra por las cortezas y los bolsillos también llegan llenos de castañas, gracias a la cantidad de árboles que rodean todo por estos lares; de pegatinas, ya que es costumbre premiar con ellas a los niños por sus buenas acciones; de lacasitos; de bolitas enormes de "blue tack", que para Alejandro ha sido todo un descubrimiento y sospecho que lo roba en el cole en los descuidos; de post it; de clips; de bolitas de papel... y de horquillas y gomas para el pelo que ninguno tiene reparo en coger de cualquier lado para regalarme después, con la esperanza de que me las ponga algún día.

Auténticos tesoros, como veis, que debo procurar esconder en el cubo de la basura ya que si a la hora de tirar la cáscara del plátano de la merienda alguno los descubriera sería un verdadero drama. Para ellos, por ver su "preciado" objeto en la basura. Y para mí, por no aguantar el cabreo de esa tarde...

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