jueves, 7 de marzo de 2013

Se nos acaba el bebé

Juan, el pequeño de mis vástagos, acaba de cumplir dos años. Dos años en los que he visto cómo pasa de veloz el tiempo y durante los que me habría gustado guardar en un cofre, como un tesoro, algunos momentos inolvidables. Una, que es adicta a esto de las redes sociales, publicó en su Facebook el martes el feliz acontecimiento familiar y una de mis amigas, además de reconocer lo guapo y grande que está, me dijo a las claras que "se nos acabó el bebé". Qué gran verdad. Quizá por eso, quizá por la convicción casi absoluta de que no voy a aportar más "cotizantes" a nuestra sociedad, reconozco que apuro hasta los últimos resquicios todos aquellos signos que todavía mantienen a mi niño en la barrera entre el niño y el bebé.

Y sí, le sigo llamando "bebé" cuando le despierto y le sigo cogiendo como cuando lo amamantaba. Le sigo dando esos besos tiernos que no es que le niegue al mayor, ojo, pero que sólo se dan a los niños cuando son muy pequeños. Le sigo poniendo el chupete para dormir y sigo dándole el placer de darle un biberón a media noche, aunque sé que es más por costumbre malsana que por hambre. Le sigo acariciando la cabeza como cuando era un recién nacido y le sigo dando de comer a veces, aunque ya sabe hacerlo solito. Dejo que se me abrace como un koala cuando sale de la bañera y me quedo más rato del necesario abrazándole envuelto en la toalla... recordando el aspecto que tenía cuando le vi la carita por primera vez.

Juan, por el contrario, ya empieza a zafarse y prefiere correr, a mis abrazos. Ya nos habla bastante bien y me mira con esa cara de pillo cada vez que sabe que ha hecho algo que no está bien. Se adelanta a mis posibles enfados diciendo "mamá, mamó" porque sabe perfectamente que cuando han sobrepasado el límite y empiezan los dos a decirme "pero mamá..." yo les contesto, "ni mamá, ni mamó"; y así me arranca una sonrisa con casi toda seguridad, aunque a veces tenga que esconderla. Imita a su hermano a la perfección y le tiene como referente en todo: habla como él, se mueve como él, grita como él y le seguiría hasta el infierno si hiciese falta. Vamos, lo que haría cualquier niño que ya quiere campar solo y descubrir lo que el mundo tiene que ofrecerle. 

Y yo, aunque a veces me resista a ello, reconozco que disfruto una barbaridad viendo todos sus progresos, sus filias, sus fobias, cómo se expresa y cómo demuestra sus afectos e inquietudes. Ciertamente es una pena verles crecer tan rápido, pero también es una gozada poder vivir toda esta evolución en directo. Aunque se nos hagan mayores, aunque nos hagan mayores. 

lunes, 25 de febrero de 2013

El whatsapp de la Esperanza

Hay quien piensa que las nuevas tecnologías separan a las personas. Quizá estén en lo cierto. Todos nos hemos visto en la situación en que ha sido más fácil decir algo a través de un chat que de viva voz, ¿o no? Sin embargo, tengo que comentar en este foro que para mi la llegada del whatsapp ha sido una especie de liberación. 

Creo que ya he comentado aquí alguna vez que desde que tuve a mis vástagos lo de llamar por teléfono y conversar largo y tendido se ha convertido casi en una misión imposible. Cuando no estoy con ellos no es momento de hablar con amistades, y cuando podría hablar con mis "niñas" -léase amigas en general- es imposible hacerlo más de dos minutos seguidos porque, o estoy corriendo detrás de uno, o prestando atención al otro. Cuando ya están cenados, bañados y dormidos, me da tanta pereza coger el teléfono que al final soy consciente de que tengo allegados con los llevo varias semanas sin hablar.

Hasta que llegó el whatsapp y, con él, los grupos de personas. Gracias a la aplicación de marras y a sus conversaciones en grupo vuelvo a estar conectada y al día de la gente que aprecio. Además, se ha convertido en el medio ideal para un desahogo repentino, para una explicación, para contar una alegría, un cotilleo... y en nada de tiempo. Puedes leerlo cuando puedas, en un minuto, y contestar en otro ratejo. Como decía una de mis amigas respecto al invento el otro día y en plena conversación intrascendente pero necesaria al cien por cien: "En este rato he puesto una lavadora, he bañado al pequeño, he tendido otra y terminado de hacer la cena". ¿No es genial? Y mientras, las cuatro del grupo comentando, riéndonos en la distancia y acercándonos un poco más.

Gracias al whatsapp he vuelto a tener contacto diario con las que eran mis amigas en el colegio y soy partícipe de sus vidas, de sus desvelos, de sus alegrías; comento e intercambio chistes y fotos -algunas guarrillas, jeje, que hay veces que las mujeres también necesitamos hacer un poco el troglodita- con las mamás del cole de mi niño mayor con las que hago camarilla; quedo, organizo y pregunto con otras mamás, las de la asociación de padres, que  han sido todo un descubrimiento para mí; estoy al tanto de las vivencias de mi amiga Patri, que se fue a Australia, y no hablo con ella tanto como debiera por otro invento maravilloso, Skype; también siento la cercanía de las que fueron mis compañeras y amigas de trabajo, ahora que no lo tengo...

Es tanto lo que este medio nos ha dado a las mujeres que una de las componentes de uno de estos grupos lo llamó un día "El whatsapp de la Esperanza". Y con toda razón.