lunes, 26 de mayo de 2014

Con ojos de niño

No hay nada tan cruel como ver sufrir a los más pequeños. No soy nada tremendista, pero cuando mis niños han estado enfermos -pocas veces, la verdad- o se han dado un buen golpe, he sufrido mucho con ellos. Recuerdo las dos veces que a Alejandro han tenido que coserle y, sobre todo con la segunda, os aseguro que se me abrieron las carnes. Juan no nos ha dado ningún susto con médico mediante, a si que seguiremos tocando madera...

Desgraciadamente este último año mis dos hijos han visto muy de cerca la enfermedad grave en compañeros de su clase, aunque ellos no han sido muy conscientes de ello. El año pasado, un compañero de Juan era diagnosticado de un tumor grave y dejó de ir a la guardería. Podéis imaginar lo que sentí cuando me dieron la noticia y, desde ese momento, no podía dejar de pensar en su madre. A partir de esa mala nueva hablábamos por teléfono, me contaba novedades y yo procuraba animarla. 

Cuando el niño estaba bien para salir del hospital se acercaba con él al parque, para que pudiese ver a sus amiguitos. Un día asistí por casualidad a uno de esos encuentros y me emocioné muchísimo al ver cómo todos los niños de la clase, algunos con dos años recién cumplidos, se acercaban a darle besos, a abrazarle, a decirle cosas... Sabían que estaba "malito de la tripita" y que por eso no iba al cole, pero no se olvidaban de él. La suerte no estuvo de su lado y en noviembre dijo adiós para siempre. Juan nunca ha sabido que su amigo ya no volverá a ir al cole en España pero cuando ve la foto de su guarde le sigue llamando como si siempre fuese a estar ahí. Yo sigo teniendo contacto con la madre que, poco a poco, va asumiendo la realidad, aunque quizá algo así no se supere nunca.

Ahora, en el cole inglés de Alejandro, estamos viviendo el caso de una niña que, con motivo de una enfermedad genética, tiene tendencia a desarrollar tumores. Antes de Semana Santa se le detectaron dos en el cerebro y está necesitando quimioterapia para controlarlos. Los tumores y la medicación han provocado que la parte derecha de su cuerpo esté parcialmente paralizada por lo que no puede andar ni escribir bien. También le ha afectado un poco al habla.

Desde el primer momento, la tutora explicó a los niños que Millie estaba malita y necesitaba tiempo para descansar en casa. Que tendría que pasar algunos días en el hospital y que cuando se sintiese bien acudiría a visitarles o a clase, como así está siendo. Además, todos los niños saben que es muy importante avisar al cole si tienen diarrea, varicela, sarampión o un herpes zóster ya que las defensas de Millie ahora están muy bajas y estas enfermedades podrían complicar mucho su salud. También los padres recibimos una carta informativa sobre su estado.

Estos últimos días Millie ha ido a clase con normalidad. Como dice Alejandro "hoy Millie se sentía bien y ha podido venir. Eso sí, no sale al patio, elige a una amiga y juegan en clase...". Hace unos días me comentó que "nunca sabemos si Millie vendrá o no porque ella, hasta que no se levanta, no sabe si se siente bien para venir a clase". Sin embargo, nunca me ha dicho que ahora cojea, anda más despacio o tiene la cara un poquito diferente. Me sigue pasmando la normalidad con que asumen los niños las cosas. Todos la tratan como antes de Semana Santa, le hacen las mismas bromas, los niños que jugaban con ella lo siguen haciendo y los que no eran tan afines, ahora no lo son más. 

Creo que siempre deberíamos seguir viendo algunas cosas con ojos de niño. Como cuando Juan y sus compañeros volvieron a ver a su amigo tras varios días de ausencia en la guarde, sin haberle olvidado. O como cuando Alejandro y sus compañeros ven a la Millie de siempre en el colegio. 

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