lunes, 26 de mayo de 2014

Con ojos de niño

No hay nada tan cruel como ver sufrir a los más pequeños. No soy nada tremendista, pero cuando mis niños han estado enfermos -pocas veces, la verdad- o se han dado un buen golpe, he sufrido mucho con ellos. Recuerdo las dos veces que a Alejandro han tenido que coserle y, sobre todo con la segunda, os aseguro que se me abrieron las carnes. Juan no nos ha dado ningún susto con médico mediante, a si que seguiremos tocando madera...

Desgraciadamente este último año mis dos hijos han visto muy de cerca la enfermedad grave en compañeros de su clase, aunque ellos no han sido muy conscientes de ello. El año pasado, un compañero de Juan era diagnosticado de un tumor grave y dejó de ir a la guardería. Podéis imaginar lo que sentí cuando me dieron la noticia y, desde ese momento, no podía dejar de pensar en su madre. A partir de esa mala nueva hablábamos por teléfono, me contaba novedades y yo procuraba animarla. 

Cuando el niño estaba bien para salir del hospital se acercaba con él al parque, para que pudiese ver a sus amiguitos. Un día asistí por casualidad a uno de esos encuentros y me emocioné muchísimo al ver cómo todos los niños de la clase, algunos con dos años recién cumplidos, se acercaban a darle besos, a abrazarle, a decirle cosas... Sabían que estaba "malito de la tripita" y que por eso no iba al cole, pero no se olvidaban de él. La suerte no estuvo de su lado y en noviembre dijo adiós para siempre. Juan nunca ha sabido que su amigo ya no volverá a ir al cole en España pero cuando ve la foto de su guarde le sigue llamando como si siempre fuese a estar ahí. Yo sigo teniendo contacto con la madre que, poco a poco, va asumiendo la realidad, aunque quizá algo así no se supere nunca.

Ahora, en el cole inglés de Alejandro, estamos viviendo el caso de una niña que, con motivo de una enfermedad genética, tiene tendencia a desarrollar tumores. Antes de Semana Santa se le detectaron dos en el cerebro y está necesitando quimioterapia para controlarlos. Los tumores y la medicación han provocado que la parte derecha de su cuerpo esté parcialmente paralizada por lo que no puede andar ni escribir bien. También le ha afectado un poco al habla.

Desde el primer momento, la tutora explicó a los niños que Millie estaba malita y necesitaba tiempo para descansar en casa. Que tendría que pasar algunos días en el hospital y que cuando se sintiese bien acudiría a visitarles o a clase, como así está siendo. Además, todos los niños saben que es muy importante avisar al cole si tienen diarrea, varicela, sarampión o un herpes zóster ya que las defensas de Millie ahora están muy bajas y estas enfermedades podrían complicar mucho su salud. También los padres recibimos una carta informativa sobre su estado.

Estos últimos días Millie ha ido a clase con normalidad. Como dice Alejandro "hoy Millie se sentía bien y ha podido venir. Eso sí, no sale al patio, elige a una amiga y juegan en clase...". Hace unos días me comentó que "nunca sabemos si Millie vendrá o no porque ella, hasta que no se levanta, no sabe si se siente bien para venir a clase". Sin embargo, nunca me ha dicho que ahora cojea, anda más despacio o tiene la cara un poquito diferente. Me sigue pasmando la normalidad con que asumen los niños las cosas. Todos la tratan como antes de Semana Santa, le hacen las mismas bromas, los niños que jugaban con ella lo siguen haciendo y los que no eran tan afines, ahora no lo son más. 

Creo que siempre deberíamos seguir viendo algunas cosas con ojos de niño. Como cuando Juan y sus compañeros volvieron a ver a su amigo tras varios días de ausencia en la guarde, sin haberle olvidado. O como cuando Alejandro y sus compañeros ven a la Millie de siempre en el colegio. 

miércoles, 23 de abril de 2014

¿Jugamos al balón?

Sábado tarde de final del invierno. Hora de la siesta. Día frío pero soleado. Yo, delante del ordenador, veo como Alejandro ya lleva consumida más de una hora de Ipad. Como Juan está dormido, le queda un rato de siesta y, como todavía anochecerá temprano, propongo a mi santo que lleve al niño a jugar con el balón al parque. Al principio, Alejandro se hace el remolón... la idea de seguir viendo más pelis en el Ipad tira mucho... pero luego dice "vale, bajamos a jugar, pero quiero ir con mamá". En ese momento maldigo mi maravillosa idea porque si algo que me apetecía más que jugar al fútbol era sacarme un ojo.

Yo no es que se sea muy de jugar con los niños. Básicamente preferiría leer un libro mientras que ellos se desfogan en el parque. Pero me han salido participativos y, normalmente, me incluyen en sus juegos. La tarde referida, no tuve más remedio que bajar, la idea había sido mía al fin y al cabo, y a regañadientes cogí el balón y enfilamos para el parque. La verdad es que lo pasamos genial. Primero yo hacía de portera y pateaba él. Después cambiábamos. Luego había que marcar de jugada, uno atacaba y el otro defendía... y así mucho, mucho rato. Subiendo a casa me recordé a mi misma un par de horas antes y dí gracias por haber podido compartir ese rato con mi niño mayor.

Además de pasarlo de lo lindo, recordé mis tiempos de fútbol y comprobé que tampoco había perdido tanto toque -cosa que no es muy difícil ya que nunca salí de la condición de "mediocre"-. A esas tardes, han ido siguiendo otros ratos, sobre todo en estas vacaciones de Semana Santa, donde las mañanas pasaban entre chutes, saques de esquina y paradones. Al principio tenía que dividirme entre la recién estrenada pasión futbolera de Alejandro y la pasión por tirar palos al río de Juan... Después, Juan se unió a nuestros juegos y poco a poco iba aprendiendo a darle al balón en otra dirección que no fuese "para adelante".

La verdad es que espero que cuando sean mayores recuerden estos ratos de juegos y no tanto mis ataques de orden, enfados y discusiones con ellos. Yo, por mi parte, prometo hacer lo mismo... Y si algún día alguno destaca con el balón, quién sabe, ¡igual hasta cuentan en las entrevistas que aprendieron a darla jugando con su madre!



viernes, 28 de marzo de 2014

Amor a primera vista con los "Di Paola"

Cómo la historia de Romeo y Julieta... así fue nuestra relación con los Di Paola. Incluso con balcón de por medio. Carolina, Paolo y sus hijas viven en el bajo de nuestro edificio y su balcón está justo al lado del portal. Cuando nos mudamos aquí, el pasado mes de agosto, el tiempo era excepcionalmente bueno en Londres por lo que solíamos ver a la pequeña Clarissa, Francesca todavía no había nacido, jugando en su mantita en la terraza. Como es natural, Alejandro y Juan se paraban a mirarla y comentaban cosas sobre ella cada vez que pasábamos.

Después de un par de días, detrás de Clarissa apareció Carolina, su madre, que nos preguntó si éramos los nuevos vecinos y si llevábamos mucho tiempo viviendo en Londres. Cuando le conté que nos habíamos mudado hacía quince días desde España -y vio cómo se me humedecían los ojos- no lo dudó y me invitó a tomar un café "whenever you want". Desde el balcón me contó que ella era brasileña, que estaba embarazada, que llevaban seis años viviendo allí y que su marido, Paolo, era informático. "¡Cómo el mío!". Contesté. "Ah, pues seguro que se llevan bien".

Yo, como es natural, le tomé la palabra y me planté un par de días después en su casa para ese café. Hablamos, nos entendimos en inglés -el suyo es perfecto- y cuando salí de allí me fui con la sensación de que podríamos ser amigas. No me equivocaba. Después vinieron un par de invitaciones a merendar por su parte y la nuestra, la presentación de Paolo, la constatación de que Clarissa adora a mis "boys", como dice Carol, "y es mucho más feliz desde que os habéis mudado"... y poco a poco fuimos forjando una historia de amistad que, tengo que reconocer, me salvó la vida.

Ahora es normal que "whasappeemos", que nos tomemos un café en alguna de las casas, que vayamos juntas a un "playgroup", que me deje a sus niñas si lo necesita, que yo le deje a los míos también... En suma, esa relación de cercanía que tanto se agradece cuando estás lejos de los tuyos. Hace poco más de un mes nos invitaron al bautizo de su segunda hija, Francesca, y aquello fue una de las mayores alegrías que he recibido en este país. Hacernos partícipes de algo tan importante para ellos me emocionó. Por eso tenía que dedicarles una entrada en este blog... ¡Gracias Carol, Paolo, Clarissa y Francesca!

PD.- Mi objetivo ahora es hacer las entradas también en inglés... para que ellos, y otros amigos que hemos ido haciendo aquí, también puedan ser partícipes de ellas.

miércoles, 19 de marzo de 2014

¡Felicidades papá!

19 de marzo, día del padre en España. Sin duda un gran día en el que tantos y tantos niños expresan el cariño que le tienen a sus padres. No quiero generalizar, pero nuestra sociedad nos ha impuesto un modelo en el que el padre tiende a estar "más ausente" que la madre. Normalmente, el padre suele trabajar más horas por lo que cuando llega a casa casi que sólo le da tiempo a bañar a los niños, con suerte, y cenar con ellos. Un cuento rápido y a la cama. Eso sí, los fines de semana, son enteros para ellos.

Algo así es lo que yo recuerdo de mi padre cuando era pequeña. Que nos despertaba todas las mañanas silbando el "Quinto levanta" y nos daba un beso rápido antes de salir pitando para la oficina. Que llegaba a comer justo cuando nosotros nos íbamos al cole y después, ya de noche, para darnos un beso antes de ir a dormir, siempre después de haberle dicho aquello de "hasta mañana si Dios quiere, que descanses y pases buenas noches".

Es increíble cómo se quedan algunas frases grabadas en la memoria... También tengo pegadas con super glue esas mañanas de fin de semana cuando nos íbamos a su cama -mi madre siempre se había levantado ya- y jugábamos a las "ciudades" o a "veo, veo". Algunas veces, si no era muy tarde, hacíamos ese ritual durante la noche, antes de irnos a dormir.

Y luego, cuando hacía buen tiempo, la de sábados que hemos pasado en el campo, jugando al balón, encendiendo una hoguera para hacer panceta y chuletas, buscando espárragos, jugando al escondite por las tardes antes de coger el coche, casi de noche, e irnos para casa... Y cuando llegaba el verano esos días tenían como escenario la piscina. Siempre alguna en la que no hubiese mucha gente, para poder tirarnos de cabeza -fue mi padre quién me enseñó-, bucear, hacernos aguadillas...

Ahora que ya soy madre también puedo decir que mi padre siempre ha seguido estando a mi lado. Lo estuvo cuando preparé mi boda, acompañándome en las gestiones, ayudándome con las invitaciones, viniendo a las pruebas de mi vestido... Llorando como un niño el día de la ceremonia... Y también cuando nacieron mis hijos. Fuiste tú, papá, quien se empeñaba en llevarme al hospital en las monitorizaciones de Juan o el que me impone paciencia cuando se me acababa la mía con los niños.

Hace unos meses, cuando decidimos cambiar de aires, fuiste tú, junto con mamá, quien primero me dio ánimos para afrontar el cambio desde el optimismo y quien cada día, pese a lo que sé que te cuesta estar lejos de nosotros, me recuerdas que tomamos la decisión correcta. Por todo eso no podía dejar pasar este día sin hacerte este pequeño homenaje. Gracias papá. Feliz día papá.




sábado, 22 de febrero de 2014

Panda Raid... porque esos niños también se merecen una oportunidad

Desde que nació mi hijo mayor, Alejandro, digamos que se me ha desarrollado una sensibilidad hacia los niños que no tenía antes. Sobre todo ante el sufrimiento de los niños. No soy la única. Son muchas las amigas y conocidas que me cuentan que a ellas, con la maternidad, les ha pasado lo mismo, que no pueden ver sufrir a un niño y que se sienten impotentes ante tantas situaciones de injusticia que por desgracia sufren los más pequeños en demasiados puntos de este planeta. Guerras, falta de medios, pobreza extrema, entornos sociales nocivos... son muchas y variadas las causas que hacen que muchos niños en el mundo no vean respetados sus derechos y necesidades más básicas y se sientan indefensos.

Por eso, cuando entre tantas noticias malas, surge alguna iniciativa que pone por delante a los enanos, el corazón deja de encogerse y una vuelve a tener fe en la condición humana. A veces se nos olvida que pequeños detalles pueden hacer mucho y que podemos llegar mucho más lejos de lo que nunca habríamos osado imaginar. Y algo así debieron pensar dos vecinos de Alcorcón, Juan y Jan, enamorados de los coches y de los rallies y con una gran conciencia solidaria lo que les animó a participar en el "Panda Raid" -carrera al estilo Paris-Dakar pero en la que los coches participantes son los míticos Seat Panda- haciendo realidad un sueño. También con la idea de que su paso por el desierto sea algo más que una aventura gratificante para ellos. El día 8 de marzo saldrán desde la Plaza de Oriente en la que será su primera edición en este rallie.

El Panda Raid, además de carrera, hace llegar material escolar a algunas escuelas de la zona a través de los coches de sus participantes. Como Juan y Jan afirman, sólo aspiran a que esos niños, que viven en condiciones bastante extremas, "puedan aspirar a un futuro mejor gracias a sus increíbles ganas de aprender y a nuestro pequeño empujón". Por eso, en su coche, llevarán 20 kg de material escolar. Vale casi todo: mochilas, cuadernos, material didáctico, lápices, estuches... También material informático. Seguro que si miráis en algún cajón encontráis algo que podáis donar. Eso sí, libros mejor no, debido a la incompatibilidad del idioma. ¿Y dónde llevarlo? Pues en el CEIP Federico García Lorca de Alcorcón han habilitado un espacio para recoger donaciones. También os podéis poner en contacto directamente con Jan en el correo janwolanski@hotmail.com o en el teléfono 659 09 28 15.

Sin duda, estos pequeños gestos pueden hacer mucho más de lo que podríamos imaginar. Por ejemplo, en la edición del año pasado este material llegó a casi 4.500 niños. Esta noche, cuando veáis a vuestros pequeños dormidos en la cama, tan cómodos, tan calentitos y tan felices, acordaos también de esos que tienen muy poco. Y poned una sonrisa en el rostro sabiendo que hay iniciativas como el Panda Raid. ¡Gracias amigos! Recordad que saldrán el próximo día 8 de marzo de la Plaza de Oriente... a si que ¡¡todavía estáis a tiempo!!




viernes, 7 de febrero de 2014

Los "playgroup" salvadores

Han sido un descubrimiento maravilloso. Me refiero a los "playgroup" o sesiones de juego dirigido para niños donde, además de que los enanos se desfoguen un rato, se puede interactuar con otros padres y, en mi caso, mejorar el inglés. Al principio los descubrí por casualidad. Vi un cartel en la biblioteca del barrio y me animé a ir con Juan cuando Alejandro empezó el cole. La verdad es que al principio la experiencia descorazona un poco... Recién llegada, no entendía las canciones, no conocía a nadie... Pero seguí yendo. Más bien por tener un poco ocupado el tiempo e intentar que Juan, que todavía no tenía guarde -o "nursery" como lo llaman aquí-, se socializase y tomase contacto con el inglés.

Al poco tiempo descubrí otro playgroup que me gustó mucho más. Mi vecina Katie me invitó a ir al que iba ella con su hija y, desde entonces, no nos perdemos ni uno sólo los viernes. La gente es muy, muy acogedora. Las sesiones están muy bien preparadas con media hora de canciones y juegos y después hay un rato para charlar con un café y un bollito. Al de los viernes, hace poco que se ha sumado otro los martes, más modesto, pero también gratificante y socializador. En este me introdujo mi buena amiga Carol -qué gran descubrimiento aquí... algún día os hablaré de ella y su amistad, porque ha sido de las mejores cosas en Londres- ya que una amiga suya, Simone, acude allí como voluntaria.

La verdad es que estas dos sesiones le ponen un poco de sal a mi vida londinense. Dos días con rutina concreta en la que, además, Juan se lo pasará bien y jugará con otros niños. Desde luego no había visto nada parecido en España y la idea me parece buenísima... aunque no sé si cuajaría allí. Aquí los playgroup o drop-in son muy populares y creo que en gran medida es por el carácter inglés. Los ingleses son amables, sí, pero mucho más distantes a la hora de establecer relaciones "espontáneas" que nosotros. Aquí es muy difícil hacer amigos con los padres del cole o de la guarde.

Desde que nació Alejandro he incrementado mi grupo de amistades con muchas familias con las que tenía relación en la guarde o en el cole. Eso de verte casi todos los días a la salida y de comentar cualquier cosa sobre los niños, une. Además, si tus hijos y los del padre X son amigos, pues ya haces por coincidir con ellos en el parque... y de ahí a quedar un sábado o un día de vacaciones sólo hay un paso.

Aquí las cosas funcionan de otro modo. Digamos que la relación se queda en la puerta del colegio. Aunque charles y tengas a dos o tres madres de referencia, es complicado que nadie dé un paso más allá. Como me decía mi compañera de tamdem, Francesca, los ingleses necesitan de una "cita formal" para quedar y los playgroup vienen a sustituir esas relaciones informales surgidas a golpe de coincidencia. El secreto de su "éxito", además, también tiene que ver con el precio de las guarderías aquí, ya que son increíblemente caras. Por este motivo muchas madres dejan de trabajar hasta que los niños tienen cinco años, edad en la que empiezan el cole. Y en un país dónde el tiempo no acompaña mucho... ¡alguna vía de escape hay que tener para no estar todo el día en casa con los niños!

Sea como fuere, lo cierto es que a mi estas sesiones me dan mucha vidilla. Y a Juan también, que está encantado con los juegos, las canciones... y los dulces de después.

viernes, 31 de enero de 2014

Ahora, te lo perdono todo

Anoche, mientras los dos estaban en la bañera y desde el salón podía escuchar a Juan, muerto de la risa, intentando contar un chiste a su hermano... Con su voz de pito diciendo "era una señora que llevaba un plátano en la oreja y le dice a un señor que llevaba un plátano en la oreja... ¡¡No Alejandro, no era así!! ¡¡Porfa, dime como era!!". Imposible contener la risa, como imposible no pensar, "Juan, con el día que me has dado, pero ahora, sólo con eso, te lo perdono todo".

Un poco más tarde, ya con los dos dormidos, justo antes de hacer la visita de rigor por su habitación antes de irme yo a dormir, volví a pensar lo mismo. Allí estaba él, tumbado boca arriba, abrazando a Niko con una mano y su coche de policía con la otra, y con una cara de no haber roto un plato en su vida... Con esas manitas que no deberían cambiar nunca, tan calentitas, tan suaves, tan carnosas, que no te cansas de besarlas. Y yo pensando: "Ahora, puedo perdonarte cualquier cosa".

Leí en algún sitio que los bebés humanos son tan adorables, tan achuchables y despiertan esa ternura de manera tan inmediata como mecanismo de defensa. Los humanos somos los mamíferos más vulnerables al nacer y necesitamos de cuidados hasta muy avanzada edad, en comparación con otros animales. Independientemente del amor y el cariño, es esa característica de hacernos adorables lo que nos salva de los agentes externos. Lo que "obliga" a los adultos a cuidarnos durante tanto tiempo.

Yo creo que esa habilidad perdura de por vida en momentos como los antes descritos y que a veces son la única razón por la que no regalamos a nuestros hijos, con lazo y todo, al primero que pasa. ¿Creéis que exagero? Los que sois padres pensadlo. Los que no, seguid leyendo.

Ahora estamos viviendo la época de la contradicción continua, esa en la que, hagas lo que hagas, te va a pillar el toro, o lo que es lo mismo, que tu hijo se enfadará y gritará y llorará hasta la extenuación importándole lo más mínimo el momento, el lugar o lo bajo que esté tu nivel de paciencia. Para muestra un botón. Vamos a salir a recoger a Alejandro y justo en la puerta: "Mamá, no quiero llevar a Niko". "Vale, déjalo en casa". "Siiiiiiii, si quiero llevarlo"... y así hasta que queráis. Si lo llevamos, malo; si no, peor. Lloros, patadas y retorcimientos en la silla del coche que ríete tú de la niña de "El Exorcista". He llegado a tirar el muñeco al jardín de pura impotencia... teniéndome que meter luego en un zarzal para recuperarlo.

Y de estos tenemos unos cuantos episodios todos los días, porque da igual si le preguntas primero, si le dejas elegir, si le das opción, si lo pactas antes... si hemos decidido que toca rabieta, toca y punto. Menos mal que después de todo llegan esos momentos tan amorosos, en los que me lo comería a besos y a abrazos y en los que deseo, aunque sea por un momento, que se quede siempre así, a mi vera, para poder achucharlo un poco más...

martes, 14 de enero de 2014

Tesoros en los bolsillos

He de reconocer que desde que tengo hijos el hecho de poner la lavadora se ha convertido en una tarea en la que poner especial cuidado. Ya no vale meter la ropa en la máquina y punto. Ahora hay que revisar bien la manchas, darles con el producto de marras para que salgan -y no siempre-; desenfundar calzoncillos de pantalones, que parecen abrazados en una muestra de amor eterno; buscar calcetines que nunca encontrarán pareja y, sobre todo, mirar bien en los bolsillos.

Sí, llevo descubriendo desde hace tiempo que los bolsillos se han convertido en el cofre de los tesoros de mis niños y reconozco que me causa una ternura enorme encontrar ciertas cosas. El curso pasado, por ejemplo, era muy bonito encontrar trocitos de papel con dibujos de mil colores. Algunos personalizados para él; otros seguro que encontrados en el suelo... Ya sabéis, esas notas con letra de estar aprendiendo a escribir, llenas de faltas, pero que demuestran el apego y afecto que se tienen los niños ya desde edades muy tempranas. Algunas todavía las guardo.

Sin embargo, esto no es lo que me suelo encontrar. La mayoría de las veces los bolsillos venían plagados de tierra, de esa que es imposible de quitar del todo, que como se te olvidase revisar un día terminaba convirtiéndose en barro después del lavado de rigor. Si algo bueno ha tenido nuestro traslado es que aquí los patios de los coles no tienen tierra (vivimos en un país dónde la humedad nunca baja del 60%) y prefieren cubrirlos con cortezas... mucho más limpias, dónde va a parar. Además de la tierra, yo solía encontrarme pajitas de batidos, unas dentro de otras, que eran espadas según mi hijo mayor y a mi me parecían más "armas carcelarias" de esas que salen en las pelis.

Ahora, hemos cambiado la tierra por las cortezas y los bolsillos también llegan llenos de castañas, gracias a la cantidad de árboles que rodean todo por estos lares; de pegatinas, ya que es costumbre premiar con ellas a los niños por sus buenas acciones; de lacasitos; de bolitas enormes de "blue tack", que para Alejandro ha sido todo un descubrimiento y sospecho que lo roba en el cole en los descuidos; de post it; de clips; de bolitas de papel... y de horquillas y gomas para el pelo que ninguno tiene reparo en coger de cualquier lado para regalarme después, con la esperanza de que me las ponga algún día.

Auténticos tesoros, como veis, que debo procurar esconder en el cubo de la basura ya que si a la hora de tirar la cáscara del plátano de la merienda alguno los descubriera sería un verdadero drama. Para ellos, por ver su "preciado" objeto en la basura. Y para mí, por no aguantar el cabreo de esa tarde...

jueves, 9 de enero de 2014

Casi un año después... cómo ha cambiado todo

Hacía mucho tiempo que tenía pendiente volver a actualizar este blog. Hace casi un año que no "renuevo" experiencias y, aunque parece un mundo, lo cierto es que el tiempo ha pasado muy deprisa. Y durante este año han pasado muchas cosas. Mis hijos, Juan y Alejandro, siguen creciendo y haciendo de las suyas. Yo, sigo escribiendo, cada vez menos, y amoldándome a una nueva vida que, si bien no es complicada, sí es muy diferente a lo que había imaginado.

Todos, o casi todos, sabéis que ya no vivimos en España. La vida y las circunstancias nos "animaron" a hacer las maletas y ahora residimos en UK. En Londres, para más señas. Todo el proceso de cambio hizo una enorme mella en mi, que necesitando planear siempre los aspectos más fundamentales de mi vida, éste, transcendental, salió casi por casualidad. De repente estaba alquilando mi casa en Alcorcón, buscando casa y colegio para mis niños y con el corazón encogido porque no quería añadir el sufrimiento de un cambio tan grande a sus pequeñas vidas.

Casi cinco meses después tengo que decir que ellos, Alejandro y Juan, han sido la clave de mi adaptación aquí y me han demostrado que son unos verdaderos campeones. Nunca, ni siquiera cuando les informamos del cambio, se quejaron. Es cierto que Juan era muy pequeño y, para él, la felicidad reside dónde estén sus padres y su hermano. Alejandro, por el contrario, ya tenía una vida hecha en España. Ya tenía un "proyecto" a medio plazo, que era empezar Primaria y unas clases de esgrima. Y ya tenía una red de amigos sólida.

De repente, todo eso cambió, se vino abajo de alguna forma y nunca dijo "no", ni nunca se mostró rebelde ante la idea de una nueva vida. Eso ya fue de gran ayuda. Mis hijos son absolutamente extrovertidos y otro de mis miedos era que se volcasen demasiado en sí mismos, sobre al todo al principio, por motivo del idioma. También ahí me demostraron que mis temores eran infundados. Es cierto que los primeros días preferían jugar solos en el parque, o playground, como se llama aquí, pero poco a poco han ido estableciendo una pequeña red de amigos.

Y así ha ido pasando el tiempo. Un tiempo en el que he descubierto que son, más que nunca, el motor que hace que me levante cada mañana. Un tiempo en el que disfruto mucho más de su compañía, ahora más intensa porque pasamos más tiempo en casa, aunque a veces me saturen. Un tiempo en el que aprendo de su poder de adaptación casi en cada minuto y dónde veo lo valientes que son ante cualquier circunstancia que se les ponga por delante.

Por eso, por ellos, voy a hacerme el firme propósito de retomar este blog para, a través de él, contaros lo bien que lo están haciendo y lo valientes que están siendo. Se lo merecen.