domingo, 28 de noviembre de 2010

Mea culpa

De vez en cuando también hay que saber entonar el mea culpa y es evidente que si mi vástago es como es, algo habré tenido yo que ver en ello. Empezando por los genes. No puede decirse que ni el padre de la criatura ni yo misma seamos muy tranquilos, pacíficos y, a veces, llevaderos. Está claro que lo mío viene de serie, pero a mi  marido lo elegí yo y quizá podría haber optado por alguien más sosegado.

Después de asumir este punto, llega el momento de mirarse una misma, analizar las situaciones y tomar conciencia de por qué mi hijo actúa como lo hace. Reconozco que muchas veces me dejo llevar por la impotencia y la ira ante situaciones que me sobrepasan. Por ejemplo, ante algo tan simple como "vamos a recoger los juguetes" y la negativa del enano -que no es sólo decir que "no", esto va acompañado de una mirada sostenida directa a los ojos que dice algo así como "a ver qué haces ahora"- yo me quedo sin argumentos. Reconozcámoslo, somos una generación educada para obedecer a los mayores, más si son padres o maestros, y cualquier comportamiento que se salga de nuestras reglas básicas, nos descoloca.

Y es en este momento en el que empiezo a cometer un error detrás de otro, a tenor de lo que dicen los expertos. Empiezo amenazando con algo que no puedo sostener -"hoy te quedas toda la tarde encerrado en la habitación"-, para después desdecirme y castigar directamente. Como el castigo no tiene efecto y mis nervios empiezan a aflorar, subo el tono y como finalmente me doy cuenta de que no consigo nada, termino por darle dos, tres...cinco azotes.

Y ahí es donde ya no puedo parar. En ese punto necesito desahogarme y comienzo a decirle frases del estilo "es que contigo nada puede ser por las buenas", "hasta que no me ves enfadada no estás a gusto", "lo poco que te costaba haberlo hecho a la primera", y podéis seguir así con todo lo que se os ocurra. En este punto, el niño, al parecer lo único que percibe es que su madre le está "contando un cuento" que aunque no le guste lo más mínimo, no deja de ser atención que recibe. Además, ha conseguido que si antes "sólo" recibiría como recompensa un beso que dura medio segundo, ahora me ha mantenido pendiente de él entre diez minutos y media hora. Misión cumplida, dirá, porque al final es cierto que recoge, pero bajo sus reglas, no las mias.

Sí, así de maquiavélica puede ser la mente de un niño. Y así de estúpida puede sentirse una madre que, sabiéndose la teoría, reconoce que muchas veces no es capaz de llevarla a la práctica. La próxima vez haré lo que me dijo su pediatra en una ocasión: órdenes claras y concisas y castigos inmediatos, cortos y contundentes. Volveremos a la carga.

miércoles, 24 de noviembre de 2010

Hoy tocó la de cal

(Natalia, este te lo dedico a ti)

Ya tenía ganas de escribir algo así. Después de unos cuantos días de fricciones continuas con el "cabestro", hoy ha tocado la de cal. No sé si nuestro plan intensivo de "no pasaremos ni una" está dando sus frutos o que el angelito ha decidido simplemente ejercer de tal. El caso es que esta tarde, por fin, hemos disfrutado de nuestro rato juntos. Y nos ha dado tiempo a hacer muchas cosas. Por ejemplo, croquetas. Entre los dos hemos preparado la cena y, la verdad, es una satisfacción ver lo bien que come algo hecho casi enteramente por él.

También hemos recortado, pegado y construido un puente de papel... aunque la mesa del salón haya terminado con más pegamento del que yo hubiese deseado. En fin, que hoy hemos estado todos relajados. Tanto, que hasta le he perdonado que me vaciase un bote casi lleno de desmaquillador de ojos en la bañera en un descuido... como siempre alguien aprovechó para llamar por teléfono a la crítica hora del baño-cena-vamos a recoger.

Entiendo que los que no tienen niños no sean conscientes de estos pequeños detalles, pero vamos, después de repertirlo como cien veces, deberían darse por enterados, ¿no? Aunque esa, es otra historia.

martes, 23 de noviembre de 2010

Autoridad y autoritarismo

Dicen los expertos en pedagogía que la autoridad no se impone, que los niños aprenden a respetar esta figura porque intuyen en ella que les puede enseñar cómo afrontar su vida futura y les da seguridad. Ya les digo yo que no hay cosa peor que le puedan decir a un padre/madre. Todos los días pienso en esta máxima y cada día me siento más inutil y más frustrada en mi supuesta tarea de educar al "cabestro". Sí, porque lo que yo emano, para mi hijo, debe ser parecido a lo que yo veía en los payasos de la tele: unos señores divertidos a los que no había que hacer caso para nada.

Porque es complicado decir a un mocoso de tres años que se ponga el abrigo y que él, por toda respuesta, lo tire al suelo y lo pise. A la primera, intentas mantener la calma, acordarte de todas esas cosas que leías en las revistas y mostrarte firme; a la segunda, tu tono ya es más un berrido que un sonido humano y, a la tercera, maldices a todos los que "prohibieron" el cachete porque estás convencida de que "un tortazo a tiempo es de lo más pedagógico". Seguro que sabéis a lo que me refiero. Y seguro que más de una vez habéis querido ver en vuestro lugar a todos los Antonios Marina, Javier Urra o Rocío Ramos-Paul a los que tan bien se les dan las cosas en la teoría.

Por eso, desde aquí aviso y recomiendo a todos estos "gurus" que tengan mucho cuidado con lo que dicen porque serán muchos los padres que saldrán entusiasmados de una de sus charlas pero que comprobarán a los dos minutos que el papel lo aguanta todo, pero que la mayoría de las veces la realidad se impone. Y serán esos mismos padres los que además de impotentes ante el desafío del crío, se sentirán como una bayeta por no saber "emanar" esa autoridad sin autoritarismo.

lunes, 22 de noviembre de 2010

Me mata, me da la vida

Antes de todo, permtidme que me presente. Me llamo María Eugenia y reconozco que acabo de empezar a escribir este blog por pura desesperación. Necesito desahogarme. Ahora, dejadme que os explique la razón de su denominación, que a la vez es la que da título a esta entrada. ¿Recuerdan aquel anuncio sobre el Atlético de Madrid en el que un aficionado relataba que, pese a los innumerables disgustos, nunca cambiaría de equipo porque lo llevaba muy dentro?

Bueno, pues eso es lo que me pasa a mi con mi hijo. Tiene tres años y se llama Alejandro y que nadie espere que cuente aqui lo maravilloso que es ser madre, ni lo especialísima que es nuestra relación. Tampoco pretendo hacer de este diario virtual un canto a la maternidad, ni una parodia de mi misma escenificando diferentes situaciones desesperantes haciendo ver que, pese a todo, me hacen feliz. NO.

No me arrepiento de haber dado el paso de parir un hijo, de hecho estoy esperando el segundo, pero reconozco que no puedo más con él. Se supone que en estos días estamos más preparados que nunca; hay más literatura que nunca sobre pedagogía de andar por casa; tenemos a los profes, a los psicólogos y la Super Nanny y, sin embargo, ¿por qué cada tarde es mi casa es más parecida a una peli de terror que a una de Walt Disney?

No voy a aburriros con mis toma y daca diarios.No. Sólo os diré que cuando alguien os cuente lo maravilloso que es ser padre, las satisfacciones que da, lo que ha cambiado su vida desde entonces... pues seguramente no os estará mintiendo, pero no os cuenta toda la verdad.

Por eso Alejandro me mata, porque no es capaz de hacer nada sin retarme continuamente, sin sacarme de mis casillas (aunque intente no demostrárselo) y porque llevo tres semanas con continuas ganas de llorar cuando estoy con él más de una hora. Pero también me da la vida porque, sinceramente, no sé qué haría sin él... sobre todo cuando está dormido.