viernes, 4 de mayo de 2012

¡Felicidades mamá!

Más o menos una vez cada tres o cuatro días me toca lavar la ropa como se hacía antes, dejando en remojo, dándole con el jabón lagarto y luego restregando. Desde que mi hijo mayor abandonó el pañal me había olvidado de esta "sana" costumbre pero ahora, con Juan, volvemos a esos bodys con la entrepierna llena de "restos de la cena", a esos baberos con más puré en ellos que en el plato y a esas mangas que sólo un mago podría hacer entrar en luz.

Sí, mis dos hijos me han salido "cagones" y antes el mayor, ahora el pequeño, han tenido a bien dejar una muestra de sus esfuerzos en la ropa que solían llevar. Que da igual la marca de pañal que les pongas, que ellos se las apañan para dejar su rastro allá donde estén. Y es raro el día que no me dan en la guarde, junto con la agenda, una bolsa cerrada a cal y canto con la "muestra del delito". Pues iba yo a deciros, a cuento de esto, que ayer precisamente restregando uno de esos bodys que casi dan ganas de tirar, que me puse a reflexionar -por no pensar en lo que quitaba- y me di cuenta de que esta tarea mía, que procuro hacer lo menos posible, para mi madre era una rutina diaria cuando mi hermano y yo éramos pequeños.

Alguno quizá lo recordéis, a otros os lo habrán contado, pero hace taitantos años los pañales de celulosa no habían llegado al súper por lo que todos nos hemos "criado" con gasitas de algodón y "picos" -como se dice en mi pueblo- de tela y plástico. Conclusión, cada vez que cambiabas al niño te quedabas con una gasa llena de "restos orgánicos" que había que lavar y blanquear. ¡¡La de gasas que habrán lavado nuestras madres!! Y todas impolutas, oiga. Que pese a llevarme sólo 16 meses con mi hermano entre mis más tiernos recuerdos todavía tengo esas gasas tendidas en la cuerda de la terraza. Blancas, blanquísimas...

Y así, seguí con mi planteamiento y pensé que mi madre, además, me había parido a lo vivo sin epidural ni inventos y nunca me ha recordado el mal o buen parto que le di. Ella sólo me cuenta que tras una revisión se fue a casa y lo siguiente fue llamar a un taxi porque me di prisa en querer salir. No me ha "echado en cara" ni dolores, ni contracciones, ni nada de nada. Y sin mi padre en la cabecera de la camilla del paritorio diciendo "empuja cariño, que ya lo tienes" o "venga, que lo haces genial" o simplemente dándole la mano. No, hace taitantos años los padres esperaban fuera, como mucho.

Pero además, mi madre también nos llevaba y nos recogía del colegio y tenía la comida lista y nos llevaba a baile, a fútbol, a catequesis y nos comprabas algunos cromos y nos llamaba por la terraza cuando jugábamos en la calle y me hacía canelones el día de mi cumpleaños y me cosía la ropa y me dejaba sus rulos para que se los pusiese a mis muñecas. Y luego, cuando me hice más mayor, me compró una barra de labios para que me la diese "sólo en el viaje de fin de curso de octavo" y me dejaba sus camisetas chulas o sus vaqueros.

Y ahora, que ya tiene tiempo para estudiar, para ir a gimnasia, para desayunar de vez en cuando con sus amigas, para viajar a "destiempo" con mi padre o para salir de compras... todavía encuentra ratos largos para venir al parque en el que paso la tarde con mis hijos y les lleva batidos o galletas y juega con ellos y nunca me dice que no cuando le pido que se quede con los niños. Porque aunque no recuerdo que ella "tuviese su espacio" cuando yo era una mocosa, sí entiende que yo necesite el mío y que mis niños, a veces, me saturan. Y lo hace sin echarme en cara lo contestona que era -cuando me quejo de Alejandro- o que siempre estaba llorando con alguna rabieta -cuando digo el carácter que está sacando Juan-. Por todo esto, desde aquí, le mando la felicitación más bonita a mi madre y le digo bajito que, cuando me reconozco en sus frases, me siento muy, muy orgullosa de ella.

¡Gracias por todo mamá!